martes, 27 de marzo de 2007

Mediodía

Se despertó tarde, como siempre. Dio un par de saltos hacia la ventana y el frío del piso lo despabilo instantáneamente. Corrió apenas la cortina para ver cómo estaba la mañana (casi mediodía). Mierda, no deja de llover. La imagen le pareció inigualable; verde y gris por todos lados, las gotas desprendiéndose desde cada ventana, cada reja. Las hojas amarillas tiradas que brillaban. Vio el diario mojado en la puerta y puteó, ni pensaba agarrar ese pañuelo gigante empapado de lluvia y tinta. Después lo barrería Edith, la empleada que había en casa. La lluvia no lo puso particularmente útil o inspirado para nada, pero los colores y el clima lo trajeron de un tirón a algunas mañanas que paso junto a quien ahora es su ex. Fue como si lo hubieran llamado desde otra habitación o como si hubiera escuchado que le mandaron un mensaje al celular; su atención estaba en otro lado, en otra cama, mirando por otra ventana. Sintió cariño. Sintió desprecio. Sintió vergüenza. Pero un soplo que se metió por su ventana le avisó a sus costillas que no siguiera congelándose. Abrió el placard y busco unas medias. Eligió unas color beige, para que combinaran con sus zapatos color chocolate. Se puso un pantalón marrón claro a cuadros y empezó a ver si encontraba algún buzo o sweater acorde. Pensó en un sweater verde musgo que tenia, pero no lo podía encontrar por ningún lado. Después de varios minutos buscando fue hacia el canasto de la ropa sucia. Ahí lo vio, con los brazos abiertos mirándolo burlonamente, justo sobre unos pantalones ajenos. Apretó los ojos y puteó silenciosamente a Edith, siempre tan tímida y que hablaba rápido y sin pronunciar mucho las palabras, como temerosa del sonido de su voz.


No hubo forma, lo único que encontró fue un buzo negro. Se dijo un par de veces que en realidad el negro va bien con cualquier color, pero él sabia que no se veía bien. Simplemente lo sabía.