martes, 25 de septiembre de 2007

Asunto: Necesito tu número

Esto es lo que pasa cuando uno está peligrosamente al pedo frente a su inbox

Nota:
Vea el laconismo del mail recibido y lo injustificado de su largor.

Cadena recibida:


holas
Perdon por interrumpir tu vida pero me robaron la billetera y entre otras cosas valiosas, contenia la agenda con todos pero todos los numeros posibles de telefono. agradeceria que me lo mandaras de nuevo para hacer otra agenda.
Un beso y perdon por el tiempo robado.

Respuesta:

hey que bajón que te hayan robado...por alguna razón casi a todos los que conozco han sido robados estos días. mi nro, si no mal recuerdo, es el 156624527...por las dudas te sugiero que "verifiques" si es mi numero...es uno de los primeros que viene a mi mente, así que tal vez lo sea, pero últimamente algunos datos se están mezclando y desordenando en mi memoria. Digo, este numero, si no es mio seguro es de alguien que conozco. Harás bien en preguntar "si está adrian" porque, bueno, insisto que cabe la posibilidad de que pertenezca a mi madre, padre, alguna ex de la secundaria, medico de cabecera, amigo del laburo, algún JTP...Realmente lo verificaría yo pero, no es una situación en la que me querría poner en ninguna de sus posibles resoluciones. Imaginate:
A. llamo y da ocupado. Eso puede generar dos opciones
1. definitivamente es mi nro y obviamente no voy a poder comunicarme conmigo porque, justamente, estoy tratando de hacer una llamada. La red no es estúpida, no me va a poner a hablar conmigo, sabiendo que estoy intentando averiguar un dato! O:
2. Está verdaderamente ocupado y no puedo ponerme en contacto con el dueño del nro.
Como veras la posibilidad A es una situación en la que puedo quedar encerrado de por vida. Como el decorado de los dibujitos animados viejos que se repiten todo el tiempo...Nunca voy a tener una respuesta.
B. Si de hecho es de otra persona, puede pasar lo siguiente (remitiéndome a los personajes mencionados mas arriba)
Es mi madre: el 99% del día esta en casa, con lo cual si le hago sonar el celular, puede llegar pensar que estoy tomando ginebra entre comidas y entre cepilladas dentales o, corroborar que dio a luz un hijo que tiene más de 2 dedos de frente por el simple hecho que físicamente tengo la frente grande, pero por nada más.
Es mi padre: solo nos vemos a la noche, y si le llamo preguntando si es su nro, probablemente comience a preocuparse por la cantidad de tiempo que pasamos juntos ("no se acuerda ni de mi nro!!") y, debido a eso, prepare toda una agenda de actividades juntos que, seguramente, ninguno disfrute ni tenga tiempo de llevar a cabo.
Es alguna ex: sin importar de que etapa de mi vida sea la ex, seguramente va a pensar dos cosas.
1. si está de novia: este quiere que garchemos.
2. si no está de novia: todavía piensa en mi, y como esta solo -caliente todo el día, seguramente- quiere que nos revolquemos un rato.
Es el médico de cabecera: si descubre que llamo para averiguar de quién es el nro seguramente venga al otro día para hacerme exámenes a ver si no tengo alzheimer. Sino, seguramente pensará que necesito preguntarle si puede conseguirme una receta en la que diga "marihuana para calmar el stress laboral y tomarse con calma la cena familiar de todos los días", o quizá crea que quiero pedirle que me haga un certificado porque no quiero ir a trabajar.
Es un amigo del laburo: probablemente crea que lo llamo porque conseguí la receta del medico y entonces la juntada para ver una maratón de videos de animales haciendo tareas de humanos se hace...y no quiero ilusionarle.
Es el JTP: probablemente me pregunte porque no estoy cursando, me comente lo atrasado que estoy y demás. Y no tengo ganas de contarle toda la historia y encima que me haga pensar en todo el tiempo perdido tan cerca de terminar el año. Porque YA se está terminando. SABELO.

O sea, no son situaciones en las que pueda meterme y mucho menos tenga la entereza para manejar.

Besos y que estés muy bien.

PD: che, qué bajón que te hayan robado!

viernes, 21 de septiembre de 2007

Primavera.

Con los ojos llorosos y ardientes. Con la garganta afelpada, los oídos tapados y la nariz directamente bloqueada y chorreante. Así le damos la bienvenida a la estación de todas mis alergias.

Esos violines de don Vivaldi no son más que una alarma que presagia el regreso mi verdadero némesis...El pavor y los carilina invaden mi vida.

martes, 18 de septiembre de 2007

Las Marcas del Tiempo

Fue así otro cumpleaños y otra traba de corbata. Todos los años, con la precisión de una boleta de algún impuesto, llega un cumpleaños y llega una traba de corbata. Junto con la traba también llegan las caras sonrientes esperando la aprobación del regalo. Las uso, eso sí. Aunque no sólo mi familia me las regala, en la oficina son igual de imaginativos. Ya tengo tantas que es más factible repetir la corbata. Con la de este último cumpleaños van diecinueve. Corbatas ocho. Pero es en todo lo que rodea sentarse y ponerse a escribir esto donde salen las dudas de si lo correcto es sentarse y escribir esto; no las trabas de corbata. Porque terminan siendo nada más que la marca que dejan los años pasados. Es un poco triste que el producto final de cada año sea simplemente una traba o dos.

Para organizarlas no es muy difícil, todo se trata del orden que ponen las sensibilidades de los demás. Los lunes me pongo la última que me regaló mi familia, los martes la última que regalaron los de la oficina; los demás días son definidos por el azar, por alguna reunión en Recursos Humanos o la corbata del conductor del noticiero de la mañana. La tarea que se dificulta y, por ende, dificulta la primera, es recordar cuáles son de la oficina y cuáles de la familia.

El otro día hice una estupidez (idealmente ingenua, como todas las estupideces que se le pueden ocurrir a un oficinista proactivo, productivo y profesional, que presenta su curriculum con templates de word y una foto que siempre demuestra lo proactivo, productivo y profesional que se es. Con todas las facturas pagas antes del primer vencimiento. Traje oscuro, corbata clara y sonrisa. Siempre sonrisa) que obtuvo como resultado muchas caras de un desprecio digno de un cura mirando a un tipo que se lava la cara con el agua bendita de su iglesia. Se me ocurrió que sería gracioso aparecer con la corbata llena de trabas. Después de todo no era para nada gracioso, pero tampoco era degollar a un perro en presencia de un niño, eso es obvio.

Esa misma noche mi esposa, con renovado interés psicoanalítico después de una tarde compartiendo mates, escones, palmeritas y Utilísima Satelital con mi madre, tuvo la excelente idea de preguntarme qué era lo que me pasaba, porque eso de las trabas era una clarísima señal de que había algo dentro mío que andaba claramente mal. Mi esposa usa mucho la palabra claro y todas sus formas adverbiales, además de hacer un uso aún más descarado de los tests de las revistas que rigen su vida diaria. Obviamente le respondí que nada y obviamente ella me dijo que no me creía, que se me notaba en los ojos, etc.

Todo quedó en nada, cosa que agradezco a las noticias de último momento que lograron distraerla; y mi mente aprovechó ese tiempo para viajar al pasado, un pasado en que todavía no había trabas de corbata en cada cumpleaños. Pensé en mis noviazgos anteriores y en cómo todos tuvieron una característica en común. Ninguna, ni siquiera mi esposa, me dijo nunca que me amaba, puesto que todas compartían esa capacidad de análisis que les permitía conceptuar y ver sus emociones claramente. Todas dijeron que sentían algo muy especial y un cariño muy grande, pero que no era amor...que amor era otra cosa, porque yo las trataba bien y con respeto y sabían apreciarlo...pero el amor era una cosa muy distinta. Tan inteligentes todas que resultaba imposible que confundieran sus sentimientos. Al contrario de las novias de mis amigos, ellas vivían colgadas a sus cuellos y se juraban amor eterno a cada vuelta de esquina, pero claro, ellas no entendían nada. Así que me fui a dormir pensando en lo idiota que soy al no poder poner mis sentimientos en ese plano de abstracción y poder analizarlos con el empeño de un arqueólogo frente a la tumba de algún Ramsés.

Siguieron los días y las facturas y los mates en casa de mi madre. Y más preguntas acerca de cómo era que yo percibía mi relación de pareja. Contesté que todo estaba bien. Mi esposa me dijo algo enfadada que ni siquiera iba a visitar a mi madre, que cómo quería que pensara que no me pasaba nada. Le prometí que el siguiente sábado iríamos los dos a comer con ella. Entre semana traté de negociar que fuese en algún restaurante, pero ella se negó, y ni hablar de mi madre, que mirá si estoy yo para andarme poniendo ropa que no voy a volver a usar y encima para que gastés plata, nene. Hacemelfavor. Tuve que darme por vencido. Sería almuerzo en casa de mamá.

Nos recibió como nunca y como siempre. Con la sonrisa consolada de alguien que se creía (o me quería hacer creer) abandonada hasta que mi cara pasó la puerta. Ñoquis y la tele a muy alto volumen, como siempre. Todo salió como era debido, las preguntas del trabajo, las noticias del barrio y los desmedidos halagos entre mi esposa y mi madre. Como siempre, me notaba más flaco. Como siempre, mi esposa asentía.

El gato sentado en el lado de afuera de la ventana me miraba y parecía compadecerse de mí, ya que la conversación volvió a girar (gracias a la habilidad para cambiar de tema que posee mi esposa) entorno a nuestra relación de pareja. Mi madre la jueza. Mi esposa el fiscal. Yo el acusado. Todo se había vuelto rutinario, según la fiscalía, no podía creer que el acusado no se quejara de nada y que no lo viera hacer algo para cambiar. El acusado se excusó de no entender a qué se refería el fiscal, argumentó que para él no había nada de qué quejarse. Entonces el fiscal puso como prueba clarísima el chiste que el acusado había hecho tiempo atrás con las trabas de corbata. La jueza no dudó en hacer validar la prueba y pidió al fiscal que ampliara su acusación. El gato, seguía compadeciéndose del acusado. Consten actas. Pasamos a cuarto intermedio.

La expresión en las caras de mi madre y mi esposa empezaron a tomar la misma forma. Sus ojos se hundían dentro de mí y sentía cómo examinaban detalladamente cada uno de mis pensamientos. La expresión de enfado en sus caras que terminó con un chasquido de lengua al unísono y un suspiro de desaliento (el mismo que venía escuchando de toda la vida) que parecía secar mis pulmones. En mi cabeza había una nube morada que me tapaba la vista de a ratos, respiraba un aire pastoso y con olor a salsa de tomates, encierro y naftalina. Miré con los ojos llorosos a mi esposa y le dije, colmado de espanto “sos mamá”. Me levanté y salí corriendo al baño.

Las arcadas me pusieron de rodillas en el piso helado y con la cabeza en el inodoro. Vomité como hacía años que no lo hacía y lloré, también como hacía muchos años que no lo sentía. A los minutos llegó mamá y me preguntó azorada qué hacían todas esas trabas de corbata en el inodoro.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Zonda. Instrucciones para vivirlo.

Hay que venir dejando marcas en el camino a cualquier lado, como si cada oración proferida fuera un ringtone insoportable que todo el mundo padece cuando uno está por ahí. Luego hay que sentir el cuerpo fuera de lugar y desconocerlo tanto que la única salida sea el miedo o la taquicardia. Por nada del mundo la familiaridad de las cosas tiene que servir de refugio mental, por el contrario, tiene generar desesperación y lejanía, debe perturbar nuestra percepción de un modo eficaz. Debe ponernos en un lugar incómodo y dejarnos con el cerebro inerte, torpe e indolente a cualquier estímulo o llamado a la sensatez. Ayudará a la percepción del zonda quebrar las pocas seguridades que uno tenga y darse por vencido mientras el sol del mediodía acentúa la jaqueca que no nos abandona ni para dormir. También resulta de gran utilidad: soñar con gente de sombrero y traje marrón, despertarse con la cabeza transpirada y ver a algunas ex parejas a lo lejos (acompañadas y abrazadas de sus actuales) mientras se va a depositar un cheque a un banco lleno de gente que pregunta si uno entiende lo que le quieren decir y se piensa si la elegida remera roja no resalta ciertas cualidades del abdomen propio. Almorzar un tomate y un cigarrillo ajeno son cosas que le resultarán de gran utilidad. Finalmente, dormir involuntariamente durante algunos segundos en lugares públicos, sentir los ojos sumergidos en sal todo el día y marearse leyendo en el micro son cosas que no querrá evitar si lo que busca es una experiencia completa y arrolladora.