miércoles, 23 de mayo de 2007

Medicina Laboral

Por esas cosas que tiene el laburo de uno, nos pidieron que nos hiciéramos unos exámenes físicos de rutina, con lo cual ayer después de 8 horas de ayuno y apenas 2 de sueño, perdí toda la mañana en una clínica con nombre de actor musculoso austriaco.
Al momento de ir a registrarme en la recepción fue cuando ocurrió el primer evento importante. Me dieron un frasco para los exámenes de orina ("La puta madre -pensé- pero si ayer no decía nada de eso en el mail!...encima me siento más liviano que una hoja, no tengo ganas de nada!"), así que junto con el frasco me dieron la primera preocupación de la mañana. Traté de mentalizarme para poder completar el trámite que en ese momento me pareció tan difícil como calcular la raíz cuadra de 116 sin calculadora. 47 minutos reloj tratando de hacer a mis riñones despertarse. Este, evidentemente no es un problema que las fabricas de frasquitos desconozcan ya que, al ver la marca del mismo, vi materializado mi deseo más inmediato.
En la sala de espera, a la cual volvía a cada rato porque me tenía que hacer varios exámenes, lo que llamó mi atención fue cierta señalización para el comportamiento de la gente ahí adentro: A ver...esto se entiende. Esto también. Pero esto es ininteligible dentro de los cánones de "cosas que pueda hacer un tipo en una sala de espera". Sólo se me ocurre que puede ser algo así como "prohibido el estacionamiento de naves espaciales" o muy posiblemente sea "prohibido abducir gente en este salón", porque alguna otra explicación que tenga sentido frente a ese cartel, no se le ocurre a nadie del departamento de semiología de Un Yo Saturado.
también ahí en la sala, como en toda clínica que se precie de tal, estaba la pizarra que orgullosamente exhibía los nombres de sus especialistas. En realidad todos tenían nombres comunes y corrientes a excepción de psicóloga y los dentistas. En la imagen de acá al lado se pueden apreciar sus nombres. Por sus apellidos, no quiero imaginar el aliento que emanara de la boca de estos especialistas del comedor. Por alguna razón, prefiero creer que algún paciente malintencionado tuvo la idea de quitar la R y la A que componen el final del apellido de Dora la psicóloga, aunque siendo la pizarra algo tremendamente ostensible en la sala, conseguir dos letras para la pizarra no debería ser una tarea que resulte muy trabajosa.
Pero volviendo a mi mañana perdida en consultorios, tuve experiencias casi cómicas con todos, menos con el radiólogo, que trató de convencerme de que le diga que la mina que le traía las placas tenía buen orto. "Dale, decime! Si no te escucha...o sos medio trolo y ahora me decís que no le miraste el culo!" (radiólogo dixit). Con la mina a la que tuve que entregarle el frasco con meo tuve un encuentro simpático, aun en ese contexto. Como me recibió con una sonrisa grande y tenía una mirada brillante (si tenés mirada brillante y sonrisa a las 11 am y tu trabajo es recibir un frasquito con pis del tipo que entra a tu consultorio y encima le sacás sangre, quiere decir que tenés onda), entonces decidí hacer el trabajo más fácil y traté de ser todo lo simpático y sonriente que pude. Le comenté que no estaba acostumbrado a sacarme sangre pero que no me parecía tan horrible como a algunos de mis compañeros de trabajo que también estaban ahí . Rió. Preguntó mi edad. Le pregunté cuánto tiempo hacía que ese era su trabajo. 3 años. Pedí que eligiera el brazo para sacarme sangre porque yo no sabría elegirlo. Le hice un par de comentarios acerca de la jeringa y toda la situación le hizo algo de gracia. Creo que no me dijo su nombre.
La dentista sin embargo, comenzó la charla con un casi imperativo "a ver esa tarasca" a lo cual me senté y se la mostré, ya que no tenía otra opción. Con mi boca abierta y mirando hacia la luz respondía con vocales e interjecciones a las preguntas o comentarios que me hacía esta señora que parecía una levantadora de pesas rusa mas que una dentista. Según el cartel ella debe haber sido la doctora Martini.
Luego fue el turno del clínico que me hizo preguntas tales como "tiene pie plano?", "se ha quebrado alguna vez", "tiene problemas cardíacos?" "practica deportes?", "fuma poco?", "lo han operado de algo?", toma alguna medicación?". A todas respondí que no. Luego me hizo acostar en una camilla y me pidió que me baje el pantalón. Tragué saliva. Apretó mi ingle y me dijo "tocé". "Listo, muy bien". Salí de ahí sin entender qué quiso corroborar y mucho menos qué fue lo que hizo.
Mientras esperaba en la sala, pensando si debía denunciarlo o no y mirando los carteles azules que prohibían actividades, fui llamado por la cardióloga. Una chica robusta despeinada que me invitó a pasar a su consultorio con un "pasá bebote". Casi me río, pero me contuve al ver que casi no había expresión en su rostro y deduje que era un equivalente al muy usado por las verduleras "corazón", pero en su caso usar la palabra corazón era algo redundante. "Tengo hambre, espero que no queden muchos. Además estoy pajera", fue lo segundo que dijo. "Creo que quedan tres" le dije. Suspiró cansada. Luego de todo el examen, el gel, los cables. Me dijo "ya está, bebote. Agarra una servilletita y limpiate el gel". Para hacer un comentario liviano le dije que era muy pegajoso y que seguro despues se me iba quedar pegada la remera. "Sí, tené cuidado, te vas a manchar todo. Sabías que hay que gente que lo usa para dilatarse?".

Después de ese día, no voy a volver a ser el mismo.