sábado, 12 de abril de 2008

Obituario

En toda mi vida, aquél que ven arriba de estas letras, fue el único encendedor que pasó toda su vida conmigo. Todos los demás en algún punto se fueron. Ya fueran secuestrados por malintencionados y accidentales captores, perdidos en pantalones, dejados en cocinas, mesas o plazas, nunca se quedaron. Hasta que un mediodía de diciembre, tras la partida sin anuncio de otro encendedor, vino. "Dame el coloradito aquel" le dije a la piba del kiosco y así comenzó nuestra vida juntos. Fuimos inseparables. Debe haber sido el único en conocer todos los bolsillos de las prendas de mi actual guardarropas. No solo prendió mis cigarrillos, sino que estuvo ahí para ayudar al transeúnte que necesitaba fuego, generó fuegos para asados, emparejó cordones y prendió hornallas. Hasta que anoche, mientras esperaba un micro, su aliento fue débil y su garganta carraspeó en un último aliento de bencina, tras el que no pudo terminar su tarea. Intenté revivirlo varias veces, pero fue inútil. Lo guardé en mi campera y supe que ese había sido su adiós.