jueves, 12 de abril de 2007

Colección de puertas 1

Primer Puerta

Ya habían terminado la larga sobremesa y, por la falta de otras preguntas para terminar el interrogatorio de reconocimiento, el silencio llegó a la mesa. Los padres de Erica empezaron a levantar la mesa y él tímidamente comenzó a colaborar moviendo su plato para llevarlo a la cocina. Un “no te molestes Ariel” vino con una sonrisa calida de parte su suegra. Ya hacía ocho meses que Erica y Ariel estaban “oficialmente” de novios, pero el encuentro no se había podido dar antes ya que los padres de Erica vivían muy alejados del centro, así que él trató de demostrar un pequeño gesto, de esos que siempre se le olvida tener cuando va a almorzar a casa de sus padres. Amablemente Ariel le entregó el plato y le sonrió a su novia. Ella estaba algo nerviosa, pero notoriamente contenta, porque todo estaba saliendo muy bien. “Son buenos, pero como no son de recibir mucha gente…” le había dicho Erica por teléfono cuando él la llamó, en medio de una clase en la facultad, para preguntar si le parecía bien que les llevara algo para aquel almuerzo, así que estaba gratamente sorprendida. Al encontrarse sin nada más que hacer y como Papá Néstor estaba también en la cocina, se acerco a la heladera donde estaba Erica y le pidió direcciones para ir al baño. Cruzó todo el pasillo hasta encontrar la puerta blanca entornada, con cuidado hasta de pisar muy fuerte y sin mirar hacia las otras piezas, ni aunque fuera por un instante.
Se miró en el espejo y antes que nada se mojó la cara, bajó la cabeza y quedó así por varios segundos, con las manos apoyadas en el lavamanos y con el agua corriendo. Respiró profundamente y trató de relajarse, porque se dio cuenta que su cuerpo le estaba preparando una prueba terrible. Antes de cumplirla, vio a su alrededor si contaba con todo lo necesario. Había un Poett lleno y suficiente Scott. A esa altura, algo es algo. Pero odiaba no tener otra opción.
Todo fue bastante rápido, pero él estaba tenso como una guitarra con cuerdas nuevas. Al menos el baño estaba algo apartado del resto de la casa y la banderola daba al patio. A esa altura, también algo era algo. Y seguía odiando no tener otra opción, pero acababa de ser anoticiado de algo peor: la secuencia de sonidos del inodoro había quedado incompleta, con el sonido del agua trunco, ahogado. De pronto se le detuvo el corazón, ya ni siquiera había ruidos alrededor suyo. Hasta el aire había quedado congelado por esa fracción de segundo que precede al encuentro con la verdad. Era el fin. No había pruebas de nada, pero había quedado tapado. Así de cruel se había convertido todo para Ariel. Así de terrible. Inevitable e inadecuadísimo. Encima el agua tardaba un siglo en subir.
Obviamente que puteó, puteó hasta al obstetra que ayudó a parir al pibe que más temprano le había vendido el helado para el postre pero, más allá de eso, estaba desesperado. No pudo esperar a que se llenara para volver a intentarlo, pero todo seguía igual. Ese puto caño que no dejaba pasar nada y el tiempo que ya empezaba a notarse. Aparte que se dio cuenta que, después de almuerzo, no era el único que iba a querer usar el baño y además, su crimen no tenía posibilidades de quedar impune. Agarró un vasito que había con cepillos dentales y le puso agua hasta el borde, para tirarlo en la parte de atrás y ayudar el proceso de llenado. Insistió con el botón como si fuera un tragamonedas del casino. Siga participando. Iba a darse por vencido hasta que oyó a Erica del otro lado de la puerta preguntándole si se sentía bien. Pensó en confesarle la situación, pero solo pudo escupir nerviosamente “si, si todo bien. Ya salgo”. “Bueno, nosotros estamos en la puerta, regando el frente” dijo ella. Ni bien la sintió alejarse, le dio el último intento fallido a la cañería. Nada, listo. No había más que hacer. Así que se lavó las manos, tomó todo el aire que pudo y abrió la puerta.


Segunda Puer
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Omar tenía sus fotos hasta de fondo en el celular. La había amado y la amaba como nunca pudo hacerlo con nadie. Porque el cariño que él recibía era sumamente genuino y sin dobleces, por eso la adoraba con todo su corazón. Y por más que muchos lo vieran ridículo y casi como un cliché de su profesión y su estilo de vida, no tenía problemas en cargarla consigo a todos lados, en su valijita con estampados caninos y llevarla a que le hicieran baños con sales cada primer y tercer domingo del mes. Pero dos horas ya habían pasado desde tuvo que recoger de la cocina el cuerpo de Lila para enterrarlo. Había estado jugando con el cable enchufado del lavavajillas.
Omar estaba destrozado y solo. Solo en serio. Su familia hacía años que ni siquiera le llamaba por teléfono (por esas diferencias de criterios que suelen tener los padres cuando su hijo decide bajar la guardia y hablar sinceramente con ellos), nunca fue muy bueno para hacer la clase de amigos que suele acompañar en este tipo de momentos y estaba cansado y aburrido de histeriquear con locas pasajeras de diseño por los que realmente no sentía nada y tampoco no esperaba que ellos sintieran nada por el. Venía manejando por la ruta sin pensar más que en la carita de Lila, en el ladrido con el que lo recibía cada vez que lo escuchaba girar la llave de su casa, después de llegar del estudio. En los ojos que le ponía cada vez que le pedía comida (siempre algún pedacito de galleta con philadelphia). En que ya no tenía a quien cuidar. En que ahora se volvía a sentir como a los 16, alienado y triste, sin poder brindarse a nadie por temor a quedar emocionalmente en bolas el carril Rodríguez Peña y aferrado a algo sin destino.
El sentirse tan desprotegido lo hacía llenar de impotencia cada vaso de su alma. Porque ya se habían vaciado de toda esperanza de poder amar sinceramente. Como cuando su hermana decidió irse con su marido a Toronto, llevándose consigo a los amores más grandes que tenia Omar. Lucio y Marina de 6 y 4 años. Además ya estaba grande como para soportar sentirse así otra vez. Y mucho menos tenia ganas de ignorar sus emociones como había podido hacer antes, aunque con el costo de no recordar mucho de ese periodo de su vida. Así que ahí estaba, casi a punto de llegar a su casa sin saber qué hacer cuando vuelva a abrir la puerta y tenga que enfrentarse al living vacío o al pasillo de la entrada sin el ruido de las patitas de Lila rebotando en las paredes. Ahora meditaba si meterse una hora en la ducha y luego echarse en la cama hasta quedarse dormido con el cuerpo mojado o si llegar a ver alguna película y tomarse las botellas de vino que encontrase en la despensa. Estaba parado frente a su casa y con las llaves en la mano. Quería desatar todos los nudos que cargaba encima, pero no sabia si ahí adentro podría hacerlo ni de qué forma. Con la extrañeza de sentirse perdido frente a su propia casa, respiró lentamente hasta llenar sus pulmones y abrió la puerta.