domingo, 3 de junio de 2007

In media res

Hacía días que venía preocupado, aunque tal vez ni siquiera eso, pero su cara era la de alguien preocupado. Había olvidado algunas amistades y también algunos teléfonos. Había olvidado promesas y recuerdos que cuando lo atacaban lo hacían sonrojar de vergüenza, quizá de esa vergüenza que no supo tener en el momento. No tanto por despreocupado como por inconsciente.
Luego de varios minutos arriba del micro logró dejar su mente en blanco, tarea por demás difícil para él, puesto que siempre estaba dando vueltas sobre los mismos asuntos de su falta de talento para todo, su falta de compromiso para todo y su falta de experiencia en todo. Creo haberlo notado alguna vez muy cansado de sí mismo, o al menos de su modo de pensar. A mí siempre me resultó un tanto esquivo y, por lo poco que demostraba, parecía no caerle muy en gracia este que relata. Pero eso no es relevante, aunque cabe la posibilidad de que lo sea. En cualquier caso, todo lo anteriormente dicho puede llegar a resultar igual de irrelevante. El tema era que yo no le caía muy bien, pero aparentemente él tampoco se tenía en mucha estima. Cierta vez, después de muchos discos escuchados y muchas rondas de mate, le confesó a una de sus amigas lo podrido que se tenía. Ella, comprensiva, le dijo que ya era hora. Hizo bien, yo le hubiera dicho lo mismo. Es más, buena parte de sus conocidos se lo hubiese gritado en la cara, dejándole gotas de saliva dispersas en su cara un tanto grasosa. Escucharlo más de media hora hablar de sus taras, era una empresa tan poco realizable como cuando yo le pedía tres helados de palito al heladero, los ingería con tal rapidez que el frío llegaba a paralizarme el lóbulo frontal y salía corriendo en dirección a la calesita, con la intención de dar cuatro vueltas seguidas sin sentir que todo se hundiera detrás de mi nariz y el aire pasara a ser una pasta amarilla que nublaba las siestas. Pero lo terrible no era otra cosa más que su insistencia, alguien le habría hecho un gran beneficio si le hubiese sugerido el silencio. Aunque ahora que lo pienso, el mareo de la calesita era tan devastador y temible que no había tarde en la que no le pidiera monedas a mi abuelo y saliera sacudiendo los cordones detrás de la bicicleta del tipo de los helados, a quien todos le decíamos Javier sin ningún fundamento real. En cambio escucharlo a este pibe era algo a lo que no muchos de sus conocidos estaban dispuestos.
Quizá nunca llegue el día en que él lo admita, pero su actitud era tremendamente egocéntrica. De algún modo todo lo que decía era con el inconsciente fin de que alguien le diera una palmada en el hombro, le sacudiera la caspa y le dijera “no, pero si sos re bueno en lo que hacés”. Por suerte a nadie se le había ocurrido aquel rápido aliciente, y menos a Lucía que, casi sin escapadas por tangentes diversas, le dijo lo bien que hacía en sentirse un pesado quemabochos.
Lucía era de movimientos delicados, podría alguien decir; pero no estoy seguro que “delicados” sea el calificativo adecuado. En sus gestos, sus movimientos, parecía haber una doble conciencia del espacio, parecía pedir permiso entre los vaivenes del aire, entre el crepitar de las hojas que se pisan sin querer en la plaza, cuando promedia mayo. Había un equilibrio casi perfecto entre ella y el resto del mundo. Lucía sabía tomar distancia de la distancia. Y el espacio del que se adueñaba (y del que todavía se adueña, porque lo estoy diciendo en pretérito pero ella es lo más presente de este relato) era el único lugar que resultaba más insondable que el entrelazado de su pelo negro. Ella tiene guardada en su cartera la melancolía que hasta el más desprevenido puede hallar en el ruido de la lluvia.
Pero bueno, el tema era que hacía bastante que este tipo venía preocupado por algo, su ceño no era otra cosa que una visera de carne y pelos que lo único que hacía era mostrar lo poco presente que estaba en las trivialidades de que le den bien el vuelto y.
Teóricamente esa es la situación inicial para que luego el personaje se vea en un conflicto, lo resuelva y todo termine. Y así queden todos tranquilos.