domingo, 25 de mayo de 2008

The Letter

Por Stephen Fry

jueves, 15 de mayo de 2008

Quince del Cinco

No entiendo cuál es la gracia, qué es lo que tiene de único o notable ese día en particular, a quién se le ocurrió que era una buena idea festejarlo y ni por qué es un evento tan importante cumplir años.
De todas las cosas que uno puede hacer en 365 días que tiene un año, a tus amigos, tu familia, tus conocidos, tus compañeros de trabajo, tu tarjeta de crédito, Amazon y cualquiera que esté al tanto de tu fecha de nacimiento, por alguna razón le parece importante celebrar el hecho de que hayan pasado doce meses más del día en que naciste. O sea, lo único que a las personas que te rodean les parece importante remarcar de un periodo de 8760 horas de tu vida, es que no te hayas muerto.
Que hayas ganado un Nobel, que hayas hecho el trayecto Tartagal-Barrio Norte en moto en 4 horas o que hayas renunciado a tu trabajo diciéndole a tu jefe que es un ser inútil desprovisto de carácter y un filántropo tan extremo de personas de su mismo género que resulta admirable su capacidad de fruición de la parte terminal aparato urinario tal genero -pero en menos palabras y mucho mas coloquiales, por cierto- nos parece magnífico, no creas que no, pero que hayas logrado mantenerte con vida por 525.600 minutos más ...eso es algo para celebrar!
Igual, eso no me perturba tanto como el hecho de tener que abrazar y besar a tanta gente en un solo día y sonreír por un logro que no me enorgullece para nada. Sin embargo, debo confesar que me resulta muy curioso recibir regalos ese día. Sobre todo porque los regalos demuestran que concepción tiene la gente de uno.
Si bien ese es un tipo información que siempre preferiría ignorar, los regalos son la forma menos violenta de saberlo, aunque no menos decepcionante que cualquier otra disponible. Dudo que alguien pueda sostener el entusiasmo al recibir un par de medias de vestir marrón claro, un libro de Bucay, un dvd de Hannah Montana, una camisa hawaiana o un Greatest Hits de Nacha Guevara (si es que existe una monstruosidad de ese calibre) porque el regalador pensó que era justo lo que vos estabas necesitando o queriendo. Esa, sin dudas es una de las crueldades de las reglas de etiqueta, porque tener que agradecer un insulto tan mayúsculo requiere como mínimo de una actuación merecedora de un premio Clarín.
En definitiva, hoy hace cada vez más tiempo que he nacido y todo un récord de que me he logrado mantener con vida. O sea que, de alguna u otra forma no me he puesto en ningún tipo de situación que haya puesto en peligro mi vida, ni he ingerido dosis mortales de nada (evidentemente) ni tampoco he despertado tanto odio en nadie como para que decida eliminarme de este planeta, aunque no me siento ni más sabio, ni con más experiencia y ni siquiera con más anécdotas. Pero, según lo que dicen, tengo que estar muy feliz de que así sea.

jueves, 1 de mayo de 2008

Fútbol

Siempre me intrigó comprender qué es lo que siempre atrajo a los hombres a mirar este deporte durante mucho más tiempo que el que incluso pueden pasar mirando porno. Y estoy complemente seguro que es así, yo creo que si antes de morir Google pudiera hacer un resumen estadístico de todo lo que un ser humano vio hasta el momento previo al fallecimiento, en el hombre promedio, el porcentaje de fútbol visto sería bastante más elevado que el de porno.
Todo tiene su origen en que de chicos todos -casi sin excepción, incluso quienes luego detestaron los deportes- hemos jugado con una pelota, ya sea porque nos la regalaron, o porque otro pibe tenía y nos invitaba a jugar o porque en el jardín siempre algún juego involucraba una pelota. Estos encuentros con tal objeto, sin lugar a dudas tuvieron efecto en nuestras mentes y el simple hecho de ver que alguien pueda manipular correctamente uno de los primeros juguetes que tuvimos en frente y hacer cosas que nunca nos salieron u otras que ni siquiera pensábamos que se podían hacer, definitivamente nos maravilla. Entonces en algún punto dijimos "esto lo tiene que ver más gente!" e hicimos lugares para que varios de esos tipos hábiles se junten a mostrarnos cómo juegan.
El éxtasis de ese momento fue tan grande que les propusimos pagarles para que lo hicieran la siguiente semana. Ahí nos dimos cuenta que había gente en otros lados que seguramente estaría muy interesada en ver una cosa así, entonces llevamos cámaras y gente para que comentara al respecto de todo lo que estaba pasando, por si alguien se perdía alguna parte por mirar hacia otro lado.
Lo anterior mencionado no fue absoluto algo menor ya que, en ese momento, la admiración del futbolista paso a un segundo estadio: no solamente nos parece genial alguien jugando con una pelota junto a otros tipos, sino que ahora nos vuela la cabeza que este tipo pague el alquiler y llene el carrito del super por patear un juguete.
Y esto resume completamente la fantasía masculina de trabajo ideal: su oficina es un campo gigante con pasto siempre bien cortado y verde. Además trabaja una hora y media por semana, su uniforme para ir a laburar es algo con lo que a los 6 cualquiera hubiera salido a boludear por la tarde a la plaza (pantalón corto, remera de varios colores y unas zapatillas re locas, ideales para patear ese círculo que te regaló tu viejo) y lo único que tiene como objetivo laboral es meter la pelota la mayor cantidad de veces en el arco de los tipos que no son compañeros de su grupo de trabajo.
Así todo tiene sentido, pero lo que yo no puedo explicarme para nada es que los oficinistas se junten a jugar a la pelota una vez por semana y pretender jugar un partido en una cancha. Eso, si uno se pone a analizar, es como si los futbolistas se juntaran los lunes a las 8 y media con portafolios, camisa y corbata para pasarse toda la mañana frente a una computadora vendiendo polizas de seguros, haciendo informes, atendiendo clientes en un call center u ofreciendo préstamos y cuentas bancarias sólo por diversión.